A ninguno de nosotros nos gusta pensar en nosotros mismos como propensos a los prejuicios: subconscientes o conscientes que juzgan a los demás en función de una serie de estereotipos que hemos internalizado.
Sin embargo, es importante para una sociedad (y un lugar de trabajo) justa, saludable y funcional que pensemos sobre la forma en que pensamos sobre los demás. Si bien la raza y el sexo tienden a ser los tipos de prejuicios más conocidos, los prejuicios pueden basarse en la apariencia personal, la edad, la religión y muchos otros factores.
Es importante tener en cuenta que un prejuicio no equivale a un fracaso moral. Todos tenemos prejuicios inconscientes. Esto se debe en parte a la necesidad humana de ordenar las cosas en diferentes cajas mentales. Esta organización no es en sí misma intrínsecamente buena o mala, pero puede llevarnos a asociar injustamente ciertos rasgos con ciertas personas en base a estereotipos o ideas con las que emitimos juicios. Nuestros prejuicios inconscientes pueden incluso ir en contra de las creencias que realmente tenemos, pero a veces actuamos de acuerdo con ellos de todos modos (por lo tanto, prejuicio “inconsciente”).
La buena noticia es que existen formas de superar nuestros prejuicios individuales implícitos. Para comenzar, debemos cultivar la autoconciencia: debemos reconocer que tenemos prejuicios implícitos y descubrir cuáles son específicamente (esta prueba es un lugar útil para comenzar). Los expertos en el campo señalan que es más probable que actuemos sobre nuestros prejuicios implícitos cuando las cosas se mueven rápidamente, por lo que tomarse un momento para reducir la velocidad y pensar por qué se siente de cierta manera por alguien es crucial para desentrañar los prejuicios. Haga clic AQUÍ para obtener más información sobre los prejuicios personales e institucionales.